[1]“La buena prosa es como el cristal de una ventana…cuanto más lúcido sea el lenguaje más clara será nuestra comprensión de lo que se está comunicando” George Orwell (Novelista y ensayista británico)
Por definición, el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia establece que la oratoria “es el arte de hablar con elocuencia; deleitar, persuadir y conmover por medio de la palabra”. Si tomamos esto como premisa, se hace evidente la necesidad de la oratoria en las aulas. ¿Se imagina todo lo que podría pasar en un aula donde el maestro logre comunicar de manera efectiva, persuadiendo a sus alumnos hasta moverlos en su sensibilidad y además, provocar placer en ello?
De todas las profesiones que existen es, sin lugar a dudas, la carrera docente la que más impacta en el entorno en que se desarrolla. De ella parten todas las demás áreas. El educador tiene la responsabilidad de “modelar” las conductas y aprendizajes que espera de sus alumnos. Esta responsabilidad le confiere un papel de líder y las habilidades del liderazgo descansan, en gran medida, en las herramientas vinculadas a la oratoria.
Existe una expresión que reza: “La palabra tiene poder”. Lo que decimos, y cómo lo decimos, puede dejar marcas imborrables y provocar cambios en los demás. Es cierto que las palabras tienen una carga semántica que está determinada por el contexto en que son aplicadas, sin embargo, es por demás un hecho, que la forma en que adornamos el discurso oral puede proporcionarle a éstas la inmortalidad. Es en ese punto en donde entra en juego un buen orador. Y es que hablar bien en público no se limita a hacer uso fluido y estético de la palabra, implica un Ser-Hacer-Dar.
La oratoria, muchas veces llamada el “arte del buen decir”, requiere un ejercicio de “bien decir”, de comunicar ideas coherentes, sustentadas, con un vocabulario pulcro y dominio del lenguaje corporal. El maestro que persigue una comunicación eficaz debe conocer al público a quien se dirige y el tema (o los temas) a tratar.
La oratoria es una práctica social y como tal, es un canal para establecer vínculos entre el maestro y el educando.
Afortunadamente, todos podemos desarrollar las habilidades y herramientas para empoderarnos de la palabra y hacer uso público de ella si tenemos la disposición, nos ocupamos en documentarnos y practicamos con disciplina. El docente que desee transmitir elocuentemente sus ideas puede partir de la consideración de los siguientes aspectos:
- Conozca el tema del que habla. “Todo docente responsable sólo aceptará brindar sus servicios sobre temas incluidos en el círculo de sus conocimientos anteriores, obtenidos por su formación y desde allí preparar lo que va a decir frente al educando logrando de esta forma una mayor profundización del tema, con una cierta antelación en el tiempo para que sea eficiente el proceso de enseñanza-aprendizaje”.1
- Lea, relea y escriba. La lectura es la mejor vía para ampliar nuestro horizonte cultural. El docente que persigue este fin debe realizar una lectura conciente, crítica, tomando notas, sin limitarse a un tema ni restringirse a unos pocos autores. Volver a leer implica una reciprocidad con la escritura. Produzca su propio discurso a partir de lo que lee dejando ver un aspecto virginal en lo que escribe.
- Haga uso del lenguaje corporal. Conozca su cuerpo, sus expresiones, sus gestos y utilícelos para enfatizar sus ideas. Parte importante del mensaje se transmite con la boca cerrada. Cuide su postura e imagen y evite exagerar el uso de ademanes.
- Desarrolle la observación.Un buen orador es un buen observador. Al ejercitar esta destreza puede ir descubriendo el efecto de sus palabras en sus receptores, retroalimentándose y permitiéndose improvisar e intercambiar recursos en sus actos de habla según las circunstancias y necesidades del momento.
- Eduque su voz. Use su voz en un tono adecuado, con gracia y naturalidad. Ésta es un reflejo de su personalidad. Ella es parte importante de la persuasión.
En definitiva, el educador, cuanto mejor orador sea, logrará despertar en sus estudiantes la curiosidad por aprender e impactará en sus vidas de forma positiva, provocando en ellos un cambio de actitud y encaminándose por una ruta más corta hacia el logro del tan anhelado aprendizaje significativo. El trabajo del educador-orador consiste en lograr los 3 fines de quienes hacen uso público de la palabra según Cicerón: persuadir, deleitar, conmover…y agrego, en cada intervención, como si se tratara de su única participación en el aula.