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Educador(a): Puente o Muralla

[1]“Todos necesitamos un puente”.

Lo que  vamos a describir se aplica por igual, y con más razón aún, a los padres, “primeros y principales educadores de sus hijos”, así como a los amigos y amigas de la gente joven. Al término “educación” se le atribuyen dos raíces distintas pero convergentes en su significado:

  1. “ex – ducere”: conducir hacia fuera, romper cadenas, liberar. Evoca el mito de la Caverna del filósofo griego Platón.
  2. “educare”: nutrir, alimentar.

Un acto educativo nunca es neutro: o libera o aprisiona; es decir, o estimula a avanzar o paraliza las energías latentes del educando. Y ya tenemos aquí una primera confrontación entre los términos contrastantes del título de estas reflexiones.

No es nuestra intención abordar en este trabajo el delicado tema de las fragilidades de los adolescentes y jóvenes; merece un documento aparte. Pero es un hecho real que el despertar de la infancia trae consigo en un primer momento una situación de inseguridad, de la que “adolece” todo ser humano cuando ya no quiere más ser niño o niña, pero se siente perdido en un mundo nuevo, cuyas leyes desconoce. Por eso es frecuente percibir en los adolescentes un sentimiento de nostalgia de sus tiempos de infancia; algunos, incluso, quieren volver a ella en busca de seguridad.

Añadamos a este rasgo interior del adolescente, la avalancha de publicidad y de imágenes orientadas hacia esas vidas nuevas: ropa, diversiones, actitudes morales claramente permisivas, invitaciones veladas o abiertas a liberarse de todo lo que le impida realizar sus deseos o caprichos, oferta de drogas y productos que los sacan de la realidad con un daño psicológico y moral terrible, y tendremos un cuadro aproximado y estremecedor de la magnitud del desafío que esas vidas nuevas confrontan. El resultado es una situación de confusión psicológica y moral, de pérdida de orientación en la vida y de vacíos que no saben cómo colmar. Un adolescente me preguntaba un día: “¿Quién nos está diciendo la verdad?” (Evoca  la pregunta de Pilatos a Jesús: ¿Qué es la verdad?) Otro joven  me dirigió una carta con este título: “Tengo 14 años, estoy solo y pido ayuda”. Un  emotivo testimonio de alguien que siente ahogarse en un mundo que no puede entender ni controlar.

Hablemos ahora del educador-puente.

Un puente es una estructura que se construye para superar un obstáculo en un camino: un río, una hondonada, una barranca,  y así seguir avanzando hacia alguna parte. No es un lugar para detenerse sino para poder lograr una meta hacia donde uno ha decidido llegar.

El lector habrá comprendido de inmediato la importancia y la función de un educador-puente en la etapa de la adolescencia y la primera juventud de sus educandos, educandas: debe ayudarlos a superar situaciones de riesgo de detenerse, para que puedan seguir avanzando con la mayor seguridad posible, y alcanzar sus mejores objetivos a corto y a largo plazo.

El educador-puente es un ser amoroso, amorosamente exigente, comprensivo, siempre afectivamente cercano a sus alumnos, alumnas, animándolos con sus palabras, pero sobre todo con sus actitudes, invitándolos a que no se detengan en su proceso de maduración integral: humana, afectiva, cultural, espiritual.

En los momentos de cansancio de sus alumnos, es cuando mejor deberá cumplir con su misión de puente: Los ayudará a identificar y reconocer sus fallos, les dirigirá palabras de aliento y de esperanza, y los invitará a recuperar la confianza en ellos mismos para que sigan caminando. Pronunciará entonces las palabras sacramentales de Jesús: “Levántate y anda”.

Pero, sobre todo en ese proceso, con el ejemplo y la palabra estimulante, les ayudará a “conocerse a ellos mismos” y a identificar sus riquezas y debilidades, para saber “manejar” sus carencias y posibilidades de modo que no le impidan sino le favorezcan llegar a sus metas.

Será un acompañante amable, discreto y fiel, que no se permitirá nunca invadir el espacio de privacidad de sus alumnos; solamente, cuando ellos le abran la puerta de su interioridad y le pidan que “pase adelante”.

De esta manera, el educando pasará la adolescencia y entrará en su plena juventud con paso seguro, bien orientado pero no manipulado, con fe en sí mismo y en el mundo en que va a tener que realizar su vocación humana.

No creo que, luego de haber intentado describir la hermosa misión de un educador-puente, sea necesario abundar en la descripción triste del educador-muralla. Simplemente diría que es todo lo contrario del primero.

Sin embargo, algo diré: el educador-muralla deprime con sus actitudes de superioridad, sus amenazas, su resistencia a celebrar los logros de sus alumnos, y la falta de estímulos y observación afectuosa que le permitiría, no solo percibir sus debilidades, sino dedicarles tiempo para superarlas. Insiste más en los fallos que en los éxitos, es imperativo y lejano para sus educandos, que solo suspiran por el momento en que se puedan liberar de esa “muralla” que les impide avanzar en la dirección de sus sueños.

Muchas de las actitudes de estos educadores-muralla vienen del hecho de que no han asumido la educación como una “vocación” sino como una “ocasión temporal”, mientras logran otras metas muy distintas y distantes del quehacer educativo.

Debo aclarar al lector, que este educador-muralla deberá asumir ante Dios, ante la sociedad y ante su conciencia y sus propios alumnos, las consecuencias de su irresponsabilidad, al haber impedido crecer con alegría a las vidas nuevas.

Quisiera añadir algo: En la adolescencia y la juventud, los grupos juveniles sanos, creativos, acogedores y solidarios, alegres y comunicativos, cumplen una función extraordinaria similar a la de los educadores-puente, por lo que es muy recomendable propiciar en toda Institución educativa preocupada por esta temática, estimular el surgimiento de estos grupos espontáneos que canalizan sanamente las inagotables energías de las vidas nuevas: grupos de teatro, de canto, grupos corales, grupos de investigación, ecológicos y, sobre todo, grupos de solidaridad, todos ellos bajo la guía de un educador o educadora-puente que tenga experiencia en el área específica de cada núcleo juvenil.

En estos grupos, los jóvenes se desafían a ellos mismos, superan su timidez, descubren la importancia de la iniciativa, del riesgo sano; y unos a otros se ayudan a crecer, al permitir el espíritu del grupo que cada participante descubra capacidades y dones que él mismo no sabía que tenía.

Y al final del camino escolar, cuando se haya terminado la etapa académica, el educador-puente, quizás con lágrimas, pero con la alegría del deber cumplido, los dejará partir a la vida: “Si amas a alguien déjalo libre. Si vuelve a ti es tuyo; si no vuelve, nunca lo fue”.

Como un homenaje sincero a tantos y tantos educadores y educadoras-puente que han salvado vidas con su entrega y dedicación, en una cotidianidad silenciosa pero fecunda, transcribo el texto de una canción del autor español Carchenilla, quien hizo la música y la letra. Su mensaje lo dice todo.

TU ME ENSEÑASTE A VOLAR

Tú me enseñaste a volar con alas de pajarillo
cuando no era más que un niño
No envejecerás jamás, amigo, hermano, maestro,
siempre como un Padre Nuestro
en boca de algún chaval.

Te han robado el corazón los muchachos en la escuela:

ellos pasan, tú te quedas: algo de ti llevaran.
te han robado el corazón los muchachos en la escuela:

ellos pasan, tu te quedas: ¡Tú me enseñaste a volar!

Tú decidiste volar dejando crecer a todos:
Cada cual tuvo a su modo su sueño de libertad.
Nunca he podido olvidar aquella lección pequeña:
“Cada cual es lo que sueña; sueña un poco cada cual”.

Vas diciendo que alzarás tu vuelo como un chiquillo.
Hermano, maestro, amigo: ¡Quédate un poquito más!
Siempre tendrás un lugar en mi corazón de niño.
Compañero de camino: Tú me enseñaste a volar.

Te han robado el corazón los muchachos en la escuela:

ellos pasan, tú te quedas: algo de ti llevaran.
te han robado el corazón los muchachos en la escuela:

ellos pasan, tu te quedas: ¡Tú me enseñaste a volar!