El Hombre Texto

Escrito por Iris Báez en Los Educadores se Expresan

Y el verbo de Dios se hizo carne” (Jn 1, 14)…
y el hombre está hecho a su imagen y semejanza (Génesis 1, 26)”.

En el estudio de una Lengua aparecen dos conceptos fundamentales: el significante y el significado. El primero se refiere a los nombres con que designamos la realidad y el segundo, al concepto que le damos a cada uno. Por ejemplo, la palabra  gato (significante) que empleamos para referirnos a un animal mamífero, de 4 patas, con su cuerpo cubierto de pelos, de la familia de los felinos… (significado). Ahora bien, el significante “gato” activa una huella material que tenemos acuñada en la mente cuando vemos un animal con características similares y, a menos que tengamos cierta información en nuestro esquema mental, suponemos que se trata del mismo animal cuando vemos un tigre o un puma.  Partiendo de esto me he preguntado si  las palabras dan sentido a nuestra realidad o nosotros damos sentido a las palabras.

Más que una ambigüedad, me parece que existe una relación idílica entre ambas posturas, que cohabitan en un mismo espacio, el ser humano, porque la palabra es persona. Si el significante tiene memoria y es en sí mismo imaginación, entonces las palabras tienen vida propia, al igual que nosotros.

Entretejer las palabras en la escritura es una tarea que requiere importantes destrezas de pensamiento, al menos si se busca redactar en ausencia, es decir, tomando en cuenta que nuestro destinatario debe encontrar significado en la coherencia de sus enunciados. Esta concepción de la construcción del texto encierra para mí una gran filosofía de vida: la filosofía del hombre texto.

Y es que ¿Acaso no se resume nuestra existencia a tratar de vivir con coherencia? ¿A ser cohesivos con nuestros principios y progresivos en nuestras acciones?

Aquellos a quienes ni el tiempo, ni la muerte han podido borrar, así lo han hecho. Tal es el caso de Jesús, que predicó que la gran riqueza del hombre está en su espíritu y siendo rey vivió en la pobreza; Luther King, cuya vida entera fue como su célebre discurso, un gran sueño, por el que luchó y murió; Hitler, que con sus palabras llenas de sangre y absurdo arrancó la vida a tantas personas y en su cobardía destruyó incluso la suya; o Gandhi, a quien su principio de la no violencia lo llevó a conseguir la libertad de su pueblo. Todos ellos tienen algo en común: han hilvanado, con el ejemplo,
discursos coherentes que les han permitido trascender y convertirse en signos. Cada uno de ellos fue un texto con una clara intención comunicativa.

Del mismo modo en que los significados no tienen valor en sí mismos, los seres humanos adquirimos el nuestro en la medida en que nos vamos construyendo unos a otros. Pasamos parte importante de nuestra vida tratando de dar significado a los significantes que están a nuestro alrededor y hay quienes se atreven a añadir otros nuevos a esta sopa de letras que llamamos universo.

Vivir como el hombre texto es asumir que nuestra vida es discurso. Al hacerlo, podemos caminar unidos a nuestras raíces como las familias de palabras en lugar de renegar de ellas, desempeñar nuestra función en la sociedad manteniendo relaciones con los demás, permitiéndoles asumir sus funciones tal y como lo hacen las palabras en su relación morfosintáctica.

Un hombre texto entiende que puede tener errores de concordancia u ortografía, errores que puede pasar por alto y seguir cometiéndolos o pasar un borrador sobre ellos, siempre con el riesgo de que se noten las marcas y en el mejor de los casos, puede tomar conciencia de ellos, asumirlos como un reto y esforzarse por evitar repetirlos.

Los seres humanos, al igual que las palabras, vivimos en constante cambio y existimos en tantas formas como el discurso mismo. Cada sujeto trae consigo sus propios pretextos, su “mochila” en la espalda, donde lleva su historia familiar y todo lo que eso implica y convive con sus propios paratextos dados por la cultura en la que se inserta. En consecuencia, la construcción de su “discurso de vida” está condicionado a enmarcarse en la libertad de esas fronteras, con un horizonte tan amplio como las posibilidades del lenguaje y, reservándose, como lo dijo Salvador Dalí, el derecho a contradecirse.

Mi abuelo, un analfabeto pero muy sabio viejo sureño, tenía una inscripción en su inseparable motor 70 que decía: “Así es la vida, una historia” y pensaba que en esa narrativa todo daba vueltas en círculo, eso sin haber leído  Cien años de Soledad ni mucho menos haber escuchado hablar de Gabriel García Márquez.

Creo firmemente que el éxito del ser humano descansa en esa construcción cohesiva de su propia historia y progresiva  de su futuro, un futuro sin punto final. El hombre texto trasciende en la medida en que es capaz de inspirar a otros a construir su propio discurso. Todos tenemos la opción de ser texto o página en blanco. Yo prefiero escribir a que otros me escriban. ¿Y tú, qué escoges?

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Sep/11
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