Es Nuestro Deber “Calzar” Nuestros Niños

Escrito por Sarah Jorge en Los Educadores se Expresan

Hoy fui a comer con una amiga, quien trajo consigo una personita de aproximadamente 20 libras y unos ojos que derriten a cualquiera. Sebastián, un bebe hermoso, rozagante, feliz, curioso, sonriente… se sentó junto a nosotras en la mesa y compuso con sus gorgojeos una mañana de celebración. Su manita minúscula entretejida entre mis dedos, su olor natural a caramelo (del rico), hacían de un desayuno entre amigas, un momento para recordar. Así nos pasamos la mañana, entre unas arepas venezolanas, tres o cuatro tazas de café y la imagen animada de lo que mañana será un hombre que cuide y aporte a nuestro crecimiento como país; alguien que tendrá un impacto en el mundo.

 

Al salir de nuestro desayuno/almuerzo, una esponja de agua grisácea fue lanzada en el vidrio delantero de mi carro, por alguien cuya estatura no pasaba el margen de la ventanilla de mi puerta delantera, y pensé, “Qué pasará con aquellos cuyo derecho a ser niño ha sido mutilado?” No sólo de los que hacen de nuestras calles, su hogar, sino de aquellos que viven en un palacio de mármol vacío. Quién habla por ellos? Quién los defiende? 

 

La infancia, el derecho de todo niño a ser protegido y mimado, cuidado y amado, es en nuestro país una “idea” lejana, tal vez vista como un “lujo.” El derecho a ser niño, es en nuestras calles, un “privilegio” de pocos. Y en nuestras “mansiones” algo que parece ser sinónimo de “quién tiene la juguetería más grande.”

 

Nuestros semáforos están llenos de adultos enjaulados en sus automóviles, buscando que sus BB’s o la música estrellante de sus radios les distancie de nuestra realidad; buscando ignorar los deditos posados en nuestros vidrios cuyo tamaño no sobre pasan el de nuestro meñique.  O en su minoría, la triste fotografía de niños que no les falta que comer, que les sobra lo material, cuyos padres les “compran” con la mejor tecnología y las marcas más ostentosas, y sin embargo, desconocen lo que es sentarse a leer un libro con mamá o jugar pelota con papá.

 

Son muchos de barriguitas infladas, descalzos en el asfalto caliente, que rondan nuestra ciudad. Son muchos los que no han pisado el aula de una escuela, los que no han abierto un libro, los que desconocen lo que es un desayuno o una cena. Como también algunos de nuestros niños van a los mejores colegios y sin embargo no conocen la caricia de una madre antes de acostarse a dormir o el sonido de un te amo de un padre que muy “ocupado” no logra sacar tiempo para “esas cosas.” Son muchos de nuestros niños, que antes de hacer conciencia son robados no de un privilegio, sino de un derecho fundamental. Privados no de un lujo, sino de una ley constitucional que aboga porque todo niño sea protegido. Y me pregunto, ahora que viene la navidad, ahora que se celebra la compasión, el amor al prójimo… “Qué tiene que pasar para que dejemos de ignorar lo obvio? Qué tiene que pasar para que los que podemos hacer algo, nos moleste suficiente?” Que nos moleste no sólo durante un lapso de empatía efímera, sino suficiente para tomar acción; para cambiar todo un sistema que roba niño tras niño de su inocencia. Un sistema donde cada vez más son pocos los beneficiados y muchos los que sufren las consecuencias de nuestra apatía. Un sistema que cada vez más destruye el futuro de nuestro país.

 

Algo tiene que cambiar. El arbolito prendido este diciembre, donde en muchos de nuestros hogares está acompañado del niño Jesús, no puede ser un momento más donde se pase por alto nuestra gente, donde ignoremos nuestro futuro, donde pisoteemos nuestro niños. Tiene que haber un compromiso. Tiene que dolernos. Tiene que mirarse más allá del enriquecimiento personal; del alpinismo social; del deseo de poder; de la acumulación desvergonzada e insaciable de nuestros líderes.  Y me pregunto entonces, Qué hacía a Sebastián, el hijo de mi amiga, un niño tan feliz? Son felices los niños de mi entorno inmediato? Cómo puedo yo hacerlo diferente? Cómo puedo responsabilizarme por la parte que me corresponde? Y entiendo que me toca comenzar por casa. Que el compromiso inicia en velar y respetar los más allegados a mí. Confiando que si en cada hogar se hace “lo que se tiene que hacer” los frutos de un ciudadano consciente tendrán un efecto multiplicador en la toma de conciencia de toda una nación.

 

Es hora de que se rompa el ciclo, donde el adulto inconsciente cava tumbas en la esperanza de un pueblo. Donde las víctimas son aquellos sin voz; aquellos de manitas diminutas.

 

Es hora de que a nuestros niños se les deje ser exactamente eso, niños.

17
Dic/12
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