La Sabiduría del Educador

Escrito por Hno. Alfredo Morales en Hno. Alfredo Morales, Reflexiones para Educadores

“Un hombre sabio es aquél  que conoce su origen
Sabe su camino,
Advierte su destino y lo alcanza.
Un hombre sabio no permite que lo encadenen.”

La palabra “sabio” ha tenido y tiene múltiples acepciones. Puede referirse al hecho de conocer muchas cosas , o haber acumulado una vasta experiencia.

Pero desde los tiempos antiguos se ha querido designar con ella a toda persona que por virtud -unida con frecuencia a su ciencia y experiencia –ha adquirido un ascendiente moral excepcional frente a los demás: se ha hecho acreedor al respeto público.

Es este sentido que emplearemos el término, relacionándolo con el educador.

Los educandos de hoy día ansían ver en sus educadores esa profundidad de reflexión, esa autenticidad de vida que sean para ellos como una garantía de que “ están en buenas manos”.

La adquisición del don de la sabiduría debe ser una constante preocupación en todo educador. La obtendrá a base de reflexión, lecturas serias, escuchando la vida, sacando provecho de las experiencias de éxito y de fracaso; y sobre todo, tratando de poner su vida en consonancia con sus palabras.

A medida que el educador progresa en sabiduría, el educando empieza a intuir la consistencia y el valor referencial de esa vida, y lo busca entonces con insistencia. Un joven me decía: “Cuando me acerco a ese educador, siento que se me abren puertas”.

1.    DISCERNIMIENTO

Discernir significa distinguir, saber captar la diferencia entre una cosa u otra, para luego optar por la más adecuada.

Es ciertamente una cualidad importante para los que hoy día tienen responsabilidades dirigenciales en la sociedad, y el educador es uno de ellos. “Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen al precipicio”, dice el Evangelio.

Pero no es fácil: hay tantas imitaciones en el mundo de los valores –como en el de los objetos –que se requiere hábito de atención, espíritu crítico y capacidad de análisis para no dejarse engañar, ni arrastrar a otros en el propio engaño.

Por eso, para discernir correctamente hay que apoyarse en criterios seguros. Un educador no puede proceder arrastrando por la polémica de turno o llevado por las correcciones de  opinión: no puede permitir que lo manipulen.

Un criterio seguro es la búsqueda de la verdad. Aún cuando en el orden moral y aún práctico se aprecian diferencias sustanciales en el modo de vislumbrarla, el ir tras ella en forma leal es ya una garantía.

Otro criterio seguro es la búsqueda del amor auténtico: el ir hacia los otros en forma fraternal y sincera da un toque de veracidad al ejemplo del discernimiento.

El discernimiento del educador no se agota en su comunicación con el otro; también se ejerce con respecto a sí mismo, y con respecto a la Institución en que labora, si es el caso. Más adelante tocaremos este último punto.

Un educador sabio debe, pues tomarse el tiempo necesario para discernir correctamente; pero ese pensar claro será el paso previo para la decisión que hará de seguirle.

2.    PRUDENCIA.


“Yo, la Sabiduría, habito con la prudencia,
yo he inventado la ciencia de la reflexión;
míos son el consejo y la habilidad,
mía es la inteligencia, mía la fuerza:
yo camino por la senda de la justicia”

La prudencia es el sentido de la proporción y la adecuación en el pensar y el actuar. Es el resultado de un buen discernimiento.

No nos referimos aquí a una falsa prudencia, que consiste en fijarse solamente en los riesgos y peligros de una decisión por tomar, para llegar a la triste conclusión de que lo mejor es “no hacer nada”. Teilhard de Chardin aconsejaba “no confundir con la prudencia todo lo que no sería más que melancolía, indiferencia y desilusión”. (Himno del Universo)

Hablaremos de la verdadera prudencia, que da por supuesto la intención de actuar. Con razón decía Leo Sunnens: “Hay que poner la prudencia al servicio de la audiencia”.

En el educador, la prudencia se manifestará tanto en su forma de hablar y de actuar… como en su silencio.

La soledad moderna ha perdido la dimensión psicológica y espiritual del silencio: todo es ruido, bullicio; se confunde el ruido con la alegría, y la bulla con la plenitud interior. La misma sociedad se ha alarmado ante el exceso de ruidos y ahora proclama en sus anuncios: “Silencio es salud”.

En el educador sabio el silencio no es ausencia de pensamiento, sino presencia de vida interior,  expresión de su reflexión ante las experiencias fundamentales, oportunidad de rehacer su unidad espiritual, comunicación consigo mismo, con los demás hombres, con la creación, con Dios.

El silencio es a veces un acto de energía, como el  sonreír”, decía Elizabeth Leseur.

Sabes cuando es más importante callar que hablar, o viceversa, es un don que se adquiere con el ejercicio del dominio propio, y el hábito de la auto-evaluación; porque:
Hay quien calla porque no tiene respuesta,
y quien calla porque sabe su hora;
el sabio guarda silencio hasta su hora,
mas el fanfarrón e insensato
adelanta el momento”

(Eclo. 20,6-7)

Desde otro punto de vista, el educador locuaz se desprestigia ante sus educandos: su palabra pierde profundidad y se desvaloriza. En cambio, los educandos esperan con avidez la palabra orientadora de quien saben que piensa muy bien lo que vas a decir, y que sólo habla cuando “su palabra es más fuerte que su silencio“. (Eurípides).

En virtud de esa misma prudencia, el educador sabio sabrá escoger el momento correcto para poner en ejecución su decisiones, después de sopesados todo los argumentos a favor y en contra.

Se menciona con insistencia a la prudencia como virtud que acompaña la decisión de no actuar. Pocas veces se le menciona como justificación de la acción. Sin embargo, en la vida, muchas veces la prudencia exigirá actuar y ponerse del lado del riesgo. Esto parece un contrasentido, pero hay situaciones –límite en las que el silencio y la indecisión serían una verdadera imprudencia.

La prudencia del educador debe ejercitarse muy especialmente en el acto educativo de reprender, o sea, evaluar una conducta indebida en el educando. Una reprensión imprudente es contraproducente, y puede provocar males mayores que los que pretende subsanar.
Sin haberte informado no reprendas;
reflexiona primero, y haz luego tu reproche

(Sab. 11,7)

3.    CONSEJO.

El educador sabio pone al servicio de la correcta orientación de los educandos su capacidad de discernir y de ser prudente.

Consejo es un parecer, una opinión que se da o se recibe en relación con una situación.

El educador aconseja para orientar, ya sea invitando al educando a seguir por el camino correcto, o sugiriéndole que rectifique un rumbo equivocado.

El ser consejero es indudablemente uno de los aspectos más relevantes en la acción del educador de hoy, pues debido a la confusión de valores reinantes, el educando se siente desorientado y como perdido en un bosque, sin saber distinguir con claridad el bien del mal, preguntándose ansioso: “ Quién me dirá la verdad”

Un joven se describía a sí mismo recientemente es estos términos:

Me gustaría exponer lo que soy, pero me
siento como una selva a donde nadie ha
podido entrar, que nadie ha podido conocer,
ni siquiera yo
”.

Si en ese instante crucial de su existencia puede recurrir con seguridad  y confianza a un educador que es un buen consejero, será para él una bendición.

En el ejercicio del consejero, el educador no deberá nunca forzar las instituciones ni erigirse en orientador “por decreto” o inoportunamente. La prudencia le indicará cunado deberás esperar a que el educando toque a su puerta, o cuándo será mejor intentar el diálogo a partir de una invitación suya.

Esta acción educativa en forma de consejo define uno de los momentos más auténticos  de la vocación educativa. Si la hemos definido como “el diálogo de las conciencias en la verdad y el amor” , es porque parece que cuando se encuentran frente a frente un educador y un educando, en mutua actitud receptiva y de comunicación, es cuando realmente se vive a plenitud la experiencia educativa y se llega al corazón mismo del misterio educativo: ese ir y venir de experiencias, actitudes, valores, de una conciencia a otra.

Todo educador serio debe hacer los mayores esfuerzos para adquirir una calidad de vida  que se haga acreedor a la confianza de sus educandos, pues en este terreno delicado del encuentro de dos conciencia, nada se puede tener de manera impositiva: la confianza se merece.

Por otro lado, para no dañar ese maravilloso proceso, el educador –consejero procurará evitar cuidadosamente todo paso en falso: la precipitación, que impediría al educando expresarse a su ritmo y a su manera; y la manipulación involuntaria, que consistiría en querer imponerle respuestas prefabricadas. Para esos momentos se recomienda tener en cuanta lo que hemos escrito anteriormente acerca del diálogo y la relación educativa.

4.    HUMILDAD

“ Mejor es ser humilde con los pobres,

que participar en el botín con los soberbios”.

(Prov. 16,19)

El hombre verdaderamente sabio es humilde y sencillo: tiene conciencia de sus limitaciones sin caer por eso en actitudes pesimista ni depresivas. Su propia experiencia le invita a la moderación en la propia apreciación.

La humildad del educador, y la discreción en la forma como trata a los educando, y en la discreción en la manifestación de saber y su experiencia, de manera que  deslumbre ni  rebaje a la audiencia. “Hacerse para todos, para ganarlos a todos”, divisa del apóstol  Pablo, bien pudiera ser la divisa de un educador humilde.

Otra expresión de la humildad del educador será su capacidad de rectificación. Por muchas vías le puede llegar la evidencia de que está en el error: su propia reflexión, las observaciones de sus compañeros educadores o de los mismos educandos. La fidelidad a la exactitud de lo que debe ser. Será un signo de madurez y un ejemplo para los demás porque “reconocer los propios errores es la mayor de las grandezas”. (José de la Luz y Caballero)

Cuando el educando se da cuenta que su educador se le presenta en su real dimensión humana –misterio de grandezas y debilidades- entonces es cuando puede tomarlo como referencia válida. Lo que no han podido lograr quizás largas disertaciones, lo logra ahora una palabra de excusa. Al educando se le revela la verdad interior de su educador, que no solamente exige a los demás sino que también se exige a sí mismo.

Algunos educadores encuentran difícil y aún contraprudente  ese gesto de rectificación: estiman que le pudiera hacer perder la autoridad moral ante los educandos. Les invitamos a dialogar con ellos sobre el tema, y seguramente comprenderán mejor su enlace y su valor pedagógico.

Este conjunto de cualidades morales que  hemos agrupado bajo la común denominación de “sabiduría”, produce a su tiempo grandes frutos educativos, pues el educando irá perfilando poco a poco los rasgos escenciales del hombre que tiene delante a título de educador. Dependiendo de las conclusiones que saque se estará jugando la validez o nulidad del acto educativo.

El varon sabio enseña a su pueblo, y los
frutos de su inteligencia son dignos de fe.
El sabio en su pueblo se gana la confianza
”.
(Ecc. 37,24)

Tomado del libro El Desafío de Ser Educador, Hno. Alfredo Morales

 

Publicado originalmente el 15 de Noviembre del 2010

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